¡Las vacaciones son un invento!

No habría pues días de inútil Trabajo si no hubiera días de vacaciones, ni días de vacaciones si no hubiera días de inútil Trabajo: los días, sin Dinero, son de trabajo y de vacaciones indistintamente: cualquier día es para hacer cosas de verdad"

Cuando era niño me encantaban las vacaciones. Las vacaciones eran tiempo para inventar juegos, hacer amigos, explorar territorios, trasnochar, conversar sin hora, y en fin, quién sabe. Las vacaciones eran pues tiempo de posibilidades desconocidas. Claro que, a decir verdad,  en medio de ellas habitaba un desagradable parásito, un polizonte que llamábamos 'deberes' y que le servían a uno para recordarle, no fuera a encabritarse demasiado, que ni las vacaciones eran un sin Dios, ni sus días dejaban de estar contados.

Había así pues un tiempo diferenciado del de las vacaciones: tiempo escolar o de colegio, que era también el tiempo del Deber: tiempo para aprender y cumplir obligaciones, para adquirir y cumplir deberes, para examinarse, y en fin: tiempo para saber.

Del primer tiempo se precavía de vez en cuando el segundo llamándolo tiempo hacedor de vagos, de perezosos y de holgazanes, aunque lo cierto es que yo no recuerdo a un sólo niño holgazanear en vacaciones. Sí que recuerdo holgazanería y pereza, sin embargo, en el tiempo del Deber, a la hora de las tareas escolares, en la Escuela y en sus exámenes. Así que, pronto se me descubrió que la holgazanería era cosa del Deber, que se debía a ella y que era contra ella; y no hay mayor prueba de ello que a ninguna otra cosa llamaran holgazanería sino al abandono de los deberes: 'holgazanes', 'vagos' o 'perezosos', sólo puede haberlos, pues, allí donde hay deberes que se incumplen.

Una vez acabado el periodo escolar lo obsequiaban a uno con un certificado que, ahorrándonos una cuanta palabrería, lo que dice es que uno está preparado para asumir personalmente sus deberes, esto es, sin intermediarios, o mejor, sin mayor intermediación que la de uno mismo, lo que significa también que ya puede trabajar y que ya puede buscarse un trabajo, o lo que es igual, que ya tiene sobradamente sabido que tiene el deber de buscarse un trabajo si no quiere ser un holgazán. Coincide este momento, que no es casualidad, con el de la Mayoría de Edad, que tampoco por casualidad implica el nacimiento de la responsabilidad o personalidad jurídica (abreviadamente: su Personalidad); asunción de que la Persona es un individuo responsable jurídicamente, y como tal: consciente, sabedor y responsable de lo que hace; y así que, como ya sabe lo que quiere, entre otras cosas, ya puede votar (o ser juzgado por un tribunal), pues sus actos han quedado jurídicamente reconocidos, o lo que es igual: que, sepa o no sepa lo que hace, la Ley ha convenido que lo sabe, y punto en boca.

Así pues, ahora uno ya sabe lo que quiere: lo que quiere es trabajar. ¿Cómo no? Si no trabaja, no gana Dinero, y si no gana Dinero, no come, y puesto que comer es cosa buena y además indispensable, pues uno sabe que su deber es trabajar y que además es cosa buena cumplir con su deber. Luego, en lo que respecta al Dinero, quiere lo que debe y debe lo que quiere.

De modo que, según tal principio, no importará que construya puentes, que corra maratones o escriba libros, así como tampoco importará que enseñe matemáticas o que ensamble chorizos: lo que cuenta ya es que los puentes, las carreras y los libros, así como las matemáticas y los chorizos, se cambian por Dinero, se cuentan en Dinero. Y así que, los puentes y los chorizos, importarán más o menos, serán diferentes, nada más que en la medida que den más o menos Dinero. Pero entonces el Trabajo ya no tiene ninguna utilidad, el Trabajo se ha convertido en Dinero: si lo que se vende se vende con indistinción de qué cosa sea, y además se vende cualquier cosa ella por Dinero, entonces, todo ello es, a los ojos del Dinero (o Mercado) la misma cosa.

Y así es como en éste régimen nuestro tan poco lustroso el tiempo del Deber se nos ha tornado en tiempo de la mercadería:  el Dinero es Deber y el Deber es Dinero. ¿Y las vacaciones? ¿Qué fue del tiempo de vacaciones? Pues de las vacaciones fue que se convirtieron también en otra mercancía: ahora, tú, trabajando, compras tus vacaciones, te las ganas con el sudor de su frente. Sin embargo, la amarga verdad es que, siempre fueron una mercancía: las vacaciones eran el pago por el tiempo del Deber, y también: el tiempo del Deber era el precio que había que pagar por tener vacaciones.

Podremos pues -nosotros, creyentes- decir que nuestras vacaciones son sagradas, que son por Derecho, pero, a decir verdad, los derechos y obligaciones, siendo cosas que se compran y venden por y para el Dinero, no son sino mercancías. Y es que nosotros no tenemos derechos: a nosotros se nos paga más bien con derechos. Y eso sospecho que comenzó ya con las vacaciones escolares. Porque a los niños, dígase lo que se quiera, pero se les premia por su esfuerzo, se les paga. Y lo que se paga, mal que nos pese, es siempre ya Dinero. Así pues, a nosotros, personas y ciudadanos, nos pagan también con otros muchos derechos así como a los niños les pagan con vacaciones: para que amen y crean en el Dinero.

Y quizá hagamos bien en creer, quizá hacen bien las personas en creer en los derechos así como los niños hacen bien en creer en las vacaciones. Y es que, ¿quién soportaría este trabajo mortecino, sirviente de Dinero, si no fuera porque cree que no es total, si no fuera porque cree que algún día terminará de verdad, o incluso porque le queda algo que no es del todo Dinero, porque le queda algo mínimamente vivo, aunque tan sólo sea un sucedáneo de vida como lo son los derechos, sea un momento (derecho) de consuelo en mitad del trajín, unos instantes apacibles de café entre compañeros de oficina, una semanita de vacaciones en el pueblo de la tía? ¿Cómo podría soportar nadie el Deber y el Trabajo si no creyera que el Deber tiene Fin? Pero el Trabajo... El Trabajo que es por Dinero, ese no tiene Fin.

Sí: también Sísifo se secaba, satisfecho, el sudor de su frente al hacer cumbre, y también disfrutaba un tanto mirándose las maltrechas uñas, ¿pero acaso pensamos que Sísifo sabía que estaba condenado, que su tarea era sin Fin? Si Sísifo hubiera sabido tal cosa, sencillamente hubiera dejado de levantar la piedra. No: Sísifo creía: los dioses lo castigaron haciéndole creer, lo envenenaron con la creencia en un falso trabajo, le hicieron creer que su trabajo era un trabajo útil de verdad y que servía para otra cosa que no fuera mover esa piedra de un lado para otro, que servía, al menos, para terminar al hacer cumbre. Aquél Trabajo, sin embargo, en verdad no servia para nada más que para perpetuarse a sí mismo, era (y sigue hoy día siendo) un Trabajo que no consistía en ninguna otra cosa sino en mover de aquí para allá, una y otra vez, la misma pesada piedra.

¿Hay otro trabajo? Un trabajo útil de verdad no podrá ser ningún Deber, eso es seguro. Y son los niños los que me parece que aún saben bien algo del trabajo útil de verdad. Los niños hacen puentes, fabrican panecillos, corren carreras e investigan cosas, y además, disfrutan. Y así es que quienes mejores puentes construyen son también aquellos que aman los puentes y que disfrutan como niños con ellos. Pero uno se va haciendo adulto, Persona, y aprende que tiene que ocultar ese disfrute, ese placer despreocupado y holgazán. "Esconda usted su disfrute haciéndolo pasar por una mercancía, que es lo único que este mundo, que es en verdad Dinero, tolera y manda". Así, el arquitecto justifica sus puentes haciéndolos rentables. Pero si aún le quedara algo del placer por el buen trabajo, entonces sabrá por lo más bajo que el Dinero en verdad no importa, que lo que importa son los puentes.

¡Ay de los niños como lleguen a banqueros! Estos ya casi no tienen remedio: los banqueros buscan Dinero a través del Dinero, y entonces ya no queda ni un ápice de aquello otro que el Dinero trataba de sustituir. Pero es que, para querer hacer cosas, y para querer hacerlas bien, no se requiere para nada del Deber, el Deber es para el Dinero. A la gente (que algo de eso también les queda a los banqueros), qué se le va a hacer, nos encanta hacer puentes, cocinar panes, montar y desmontar aparatos, contar, leer y escribir historietas, y quién sabe cuantas cosas más. Y gustamos de hacerlo bien. Pero, ¿y el Dinero? Las cosas que compra Dinero, como las vacaciones, no son más que un invento cuya finalidad es la de convencernos de la necesidad de la pena que hay que sufrir para conseguirlas. Es decir: Dinero no sirve a nadie más que al Dinero.

No habría pues días de inútil Trabajo si no hubiera días de vacaciones, ni días de vacaciones si no hubiera días de inútil Trabajo: los días, sin Dinero, son de trabajo y de vacaciones indistintamente: cualquier día es para hacer cosas de verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario