Observaciones sobre el amor, la pareja, el matrimonio y la prostitución

Que, entre las relaciones de pareja y las relaciones -como se suele decir- libres, no hay ninguna diferencia sustancial, en lo que al intento de librarse los sexos del juego de dominación que en el sexo y el amor juega, ni en lo que a la cura de las desgracias y sufrimientos que por ellos se acostumbra a padecer.

Que las relaciones llamadas libres son ya relaciones de pareja, por cuanto no pueden menos de entrar a relacionarse con el amor y el sexo en los mismos términos.

Que ni la relación de pareja, ni las relaciones llamadas libres parecen ser instituciones especialmente eficaces contra los sufrimientos y la ruina del amor y el sexo.

Que no hay necesidad de que las relaciones sexuales o amorosas tengan que confirmar ninguna teoría o previsión derivada de la observación de otras relaciones.

Que lo que se vive, se vive siempre por primera vez.

Que nadie sabe ni puede saber de verdad cómo han de ser las relaciones amorosas o sexuales.

Que el amor es un negocio ruinoso la mayor parte de las veces, por las muchas penas y energías que cuestan unas pocas alegrías, y que sin embargo no por ello se resiste uno a entrar en tal embrollo.

Que lo que se quiere de una, ya se quiera de una o de muchas, no afecta en nada a la naturaleza de ese querer, por lo demás, insatisfecho en alto grado, como lo demuestra el que ese querer no alcance nunca término verdadero, renovándose como suele una y otra vez.

Que no hay en muchas lo que no hay en ninguna.


Que el querer se renueve, implica que en algún momento está siendo o ha sido satisfecho. Pero que un querer satisfecho no puede ya por lo mismo reconocerse 'querer' ni 'satisfacción', sino más bien un olvido del mismo.

Que no pueden dos cosas o sucesos ser de verdad iguales y seguir siendo dos.

Que cuando el sexo o el amor está sucediendo ahora, o como se diría, cuando vive, uno se resiste a (y hasta siente traición en) reconocerle a aquello algún nombre o definición. 

Que habiéndose vivido los placeres que llamamos del amor, o del sexo, ellos no pueden morir nunca del todo.

Que es de sospechar que es precisamente contra eso que se quiere y sin embargo la mayor parte de las veces no se satisface, y más aún, contra el miedo a que no pueda tal cosa satisfacerse jamás, que la institución matrimonial se levanta: allí donde no hay satisfacción plena ni definitiva de lo que se siente en falta, o donde se teme el riesgo de que se pierda, se conviene que la hay y que la seguirá habiendo.

Que el matrimonio es a estos efectos un convenio inútil.

Que, a este respecto, el matrimonio no es una institución patriarcal.

Que la fe en el matrimonio parece atender a una obstinada necesidad, pero imposible, de hacer pasar lo convencional por verdadero.

Que el convenio del matrimonio se haga por escrito y a través de ritual, parece un intento por elevar a categoría de Ley el susodicho convenio.

Que si el convenio matrimonial realiza suficientemente su propósito, instituyéndose así por una verdad de derecho, las partes que convienen matrimonio quedan irremediablemente tentadas a considerar el amor y el sexo por una cuestión de derecho, y con ello, aumenta considerablemente el riesgo que de por sí ya tienen cualesquiera parejas de que estas se tornen en un negocio, y como tal, en una relación entre acreedor y adeudado.

Que el deber es incompatible con el amor y el sexo.

Que con tanta fuerza se dirigen las culpas hacia uno, con tanta retornan antes o después al otro. Y a la inversa: que con tanta fuerza que se culpe al otro, con tanta fuerza le retorna a uno.

Que solo mientras lo que uno dé al otro lo haga generosa y gratuitamente puede ser recibido por el otro con gratitud. Y por la misma: que sólo mientras lo que uno reciba del otro se sienta gratuito y generoso puede uno recibirlo con gratitud.

Que la gratitud y la generosidad son fenómenos misteriosos.

Que los actos generosos y gratuitos son muy improbables.

Que los actos generosos y gratuitos no son milagrosos.

Que lo improbable también sucede.

Que la probabilidad es registro de hechos pasados, y en ningún caso prescriptor de lo que no ha sucedido.

Que la gratuidad y la generosidad son incompatibles con los negocios, los convenios, y cualquier otra forma de Ley.

Que con el juego del sexo y el amor se entra en mayor o menor medida en relaciones de dominación, por cuanto hay de dependencia de ser satisfecho por algo ajeno a la voluntad de uno.

Que no hay nada verdaderamente sometido a la voluntad de uno.

Que aquello de "hacer mi voluntad" es algo de suyo incongruente e incomprensible.

Que no hay ninguna necesidad de que con el juego del sexo y el amor se tenga que entrar en relaciones de dominación.

Que, no habiendo dominado sin dominante, ni dominante sin dominado, el dominante es también dominado, y el dominado dominante, y eso sin perjuicio de que lo sean en modos o sentidos distintos.

Que la resistencia a reconocerle al denominado históricamente 'dominado' una función dominante, es sospechosa de aspirar a que dominante y dominado puedan serlo absolutamente. 

Que terrorífico es para el hombre la mujer sádica (castradora o "mujer fatal").

Que terrorífico es para la mujer el Don Juan.

Que sublime deseo del hombre es ser cura del deseo de toda mujer (y en especial de la sádica o fatal).

Que sublime deseo de la mujer es ser cura del don juanismo (y en especial del Don Juan).

Que Don Juan se torna el hombre que sucumbe completamente al deseo sublime masculino.

Que sádica (fatal) se torna la mujer que sucumbe al deseo sublime femenino.

Que sufre mucho y poco disfruta quien se expone en exceso al deseo sublime de un hombre o de una mujer.

Que el Don Juan, no pudiendo ser humillado ni castrado por la mujer (pues no se queda el tiempo necesario), le recuerda a esta su inferioridad.

Que la mujer sádica, pudiendo humillar al hombre, se demuestra potente y le recuerda a este su inferioridad.

Que el Don Juan es el único hombre al que la mujer no puede humillar.

Que la femme fatale es la única mujer al que el hombre no puede conquistar.

Que el Don Juan aspira mediante el donjuanismo a ser el sexo absolutamente potente (es decir, sin contrapartida impotente).

Que la femme fatale aspira mediante el sadismo a ser el sexo absolutamente potente (sin contrapartida impotente).

Que el fin de la guerra de los sexos no puede darse por K.O. (esto es: por la consagración de un sexo absolutamente dominante y otro absolutamente dominado) sino, y en todo caso, por la disolución misma de la diferencia de sexos que la motivaba, sea lo que sea que eso implique.

Que dos sexos iguales siguen siendo dos sexos diferentes. Y que si solo hay un sexo, entonces no hay ninguno. 

Que lo que se puede comprar y vender es algo que se da por sabido.

Que la distinción entre 'amor' y 'sexo' parece ser cosustancial a la prostitución.

Que, pudiendo comprarse y venderse sexo, distinguir 'amor' de 'sexo' parece una resistencia a aceptar que el amor pueda también comprarse, esto es, que se sepa lo que es.

Que la resistencia a que el amor se sepa lo que es parece una resistencia contra la previsión de lo que aquello pueda hacer y dar de si.

Que circulan numerosas teorías, contradictorias entre sí mayormente, destinadas a comprender y prever las relaciones amorosas y sexuales.

Que las teorías previenen en la misma medida que determinan.

Que las teorías acerca del amor y del sexo parecen estar al servicio de conjurar los sufrimientos que del amor y el sexo mayormente se derivan.

Que esas mismas teorías tienen la contrapartida de conjurar los placeres que del amor y el sexo se derivan.

Que separados los sexos en dos, cada uno de ellos participa de la guerra por el dominio sexual en sentidos inversos.

Que el hombre parte de la posición dominante en la guerra del dominio sexual (y que, como tal, sólo puede devenir en dominado)

Que la mujer parte de la posición dominada en la guerra por el dominio sexual (y que, como tal, sólo puede devenir en dominante).

Que las armas del hombre son la fuerza bruta y el saber.

Que las armas de la mujer son la risa y la capacidad de ver y hacer ver la ignorancia del hombre, la debilidad y la impotencia.

Que la mujer sabe (sin saber que lo sabe) que el hombre no sabe.

Que el hombre sabe (sin saber que lo sabe) que la mujer sabe que no sabe.

Que no hay hombres que sean 'hombre' totalmente o de verdad.

Que no hay mujeres que sean 'mujer' totalmente o de verdad.

Que lo que una mujer o un hombre de verdad es, no lo sabe nadie.

Que de la guerra de los sexos no puede uno librarse mediante su voluntad personal.

Que la guerra de los sexos no la declara ningún individuo personal.

Que no hay ninguna necesidad de que haya guerra de sexos (que la guerra de sexos no es natural).

Que la guerra de sexos es sospechosa de servir al Dinero.

Que en la pareja conviene tener cuidado de lo que se dice.

Que en la pareja, cruzado un límite (una ley de la institución), este desaparece, o es más fácil volverlo a cruzar.

Que de no haber prostitución, probablemente no habría ninguna falta de distinguir entre amor y sexo. 

Que no hay en una lo que no hay en ninguna (lo que es complemento de aquella otra: que no hay en muchas lo que no hay en ninguna).

Y por la misma: que no hay en uno lo que no hay en ninguno, y que no hay en muchos lo que no hay en ninguno.

Que lo que sea que el amor tenga para dar, eso mismo tiene para quitar.

Que en el amor como en lo demás, es cuanto menos sospechoso que lo que uno mayoritariamente desea coincida con lo que está mandado desear.

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