lo mínimo es que el sistema electoral al completo sea inspeccionable por cualquiera, y ¡que no requiera ningún acto de fe!"
La HBO publicaba en el año 2006 un documental, filmado por sus protagonistas durante unos tres años, sobre cómo se descubrió un sistema de fraude electoral en EEUU (Hackeando la democracia). No fue nada fácil detectar y comprobar el fraude. Aunque parezca algo tan cómodo y sencillo como cotejar las actas emitidas en cada colegio electoral con el registro de los cómputos que cada máquina electoral enviaba a la Administración, lo cierto es que para destapar el chanchullo hizo falta que un grupo de mujeres llevaran a cabo una lucha prácticamente heroica contra la Administración y la sociedad norteamericana. ¿La moraleja? La moraleja de la historia no es que el bien y la verdad prevalecieran por encima del engaño. Tampoco que haya gente muy mala, o muy convencida de estar haciendo bien (que es lo mismo), capaz de engañar a toda una sociedad. La moraleja, me parece, es más bien esta: que el verdadero obstáculo a la hora de cuestionar algo en lo que confiamos, la Democracia en este caso, no es ningún impedimento técnico ni burocrático en sí mismo (que por lo demás no son pocos), sino la fe: la fe sobre la que se sustenta la técnica, la burocracia, la sociedad, las instituciones, nuestros actos y, en última instancia, nosotros mismos.
Supongo que los norteamericanos que votaban dormirían tranquilos pensando que, si hubiera un pucherazo en EEUU, se sabría. Que nadie sería tan tonto como para llevar a cabo un truco de magia ante los ojos de millones de personas. Puede incluso que pensaran "Imposible.", tal y como tantos políticos, tertulianos y periodistas han repetido durante la última semana en este país. En efecto, también en EEUU era técnicamente muy sencillo comprobar si había habido pucherazo. Tan sencillo como comprobar el funcionamiento de una maquinita de esas que usaban para votar. Llevar a cabo la comprobación, sin embargo, les supuso un periplo de tres años a ese grupo de civiles. Y una vez descubierta la trampa, aún fueron muchos los que se mantuvieron incrédulos. De entre quienes sí fueron desengañados, sin embargo, fueron también muchos (mayoría, de hecho), que prefirieron hacer como si nada. Entre esos que prefirieron hacer como si tal cosa, estaban la mayoría de los funcionarios y políticos supuestamente perjudicados por dicho fraude. Debieron pensar que ese era un hilo demasiado largo del que tirar.
Poner cualquier cosa en duda tiene un coste. Dudar al salir de casa de la previsión climática de la teletón te cuesta tener que deliberar en la puerta si coger o no el paraguas. No es un coste demasiado grande para alguien mínimamente resuelto, pero es un coste después de todo. Dudar (¡pero dudar de veras, eh!) si el tetrabrik usado que tiras al contenedor de reciclaje va a ayudar a frenar la destrucción de montes y bosques o, si por el contrario, por algún rebuscado embrollo va a acabar alimentando un aparato económico cuyo movimiento y desarrollo consiste precisamente en engullir montes y bosques (además del precioso tiempo de los que movemos el aparato), puede suponer un dilema algo más incómodo a la hora de reciclar. Dudar de que la velocidad de cualquier cosa pueda hallarse insuperablemente limitada (a la velocidad que tiene la luz, por ejemplo) implica dudar de que ahora mismo pueda un objeto gigante estar viajando a una velocidad supraluminar (y por lo tanto indetectable para ningún telescopio ni para ningún Saber) e impactar en cualquier momento contra este planetilla nuestro y destruirlo todo en mil pedazos. Y, ¿cómo contratar un plan de pensiones, cómo planificar unas vacaciones, cómo fiarse de la previsión del precio de la hipoteca, cómo sentir alguna curiosidad por el último sondeo de voto si se pone en duda que nada de esto vaya a existir en el próximo segundo? Dudar de la posibilidad (es decir, de la posibilidad sin contradicción) de que pueda nadie decidir con libertad lo que hace, no sólo suspendería toda causa jurídica, sino el aparato judicial mismo. Dudar de que la Realidad sea de verdad coherente, es decir, no contradictoria en sí misma, anularía la posibilidad de un Saber acerca de la Realidad sin contradicción. Dudar de que el Dinero esté gobernado por los seres humanos, o si pudiera más bien ser al revés, impediría creer que las personas somos libres de hacer y pensar lo que hacemos y pensamos. Dudar de que el Dinero pueda alguien usarlo para hacer algo de verdad bueno sin estar con ello participando del mantenimiento de algo malo, supondría poner en duda algunas de las ideas que tenemos de nosotros mismos. Dudar de que sepa uno lo que es bueno para sí o para los demás, impediría presentarse como candidato a unas elecciones. Y, por supuesto, dudar de lo que la inmensa mayoría no duda puede suponer un descrédito, una infravaloración o un rechazo de esa mayoría.
Me dirán las mayorías democráticas que habitan en cada uno de nosotros que si no dudamos, si damos muchas cosas por sabidas, eso es por una necesidad práctica. Me dirá esa mayoría que nos conviene hacer como si lo que no ha pasado estuviera de algún modo ya contenido en lo que sí ha pasado, a fin de que podamos comerciar de algún modo con el "porvenir". Me dirá, en fin, que nos conviene hacer como si lo que no se sabe se supiera, para no ponerlo todo patas arriba. En efecto, se trata de una “necesidad práctica” en tanto que las creencias, los supuestos, constituyen un sistema (del que dependen por cierto los intereses de cada cual en mayor o en medida) que puede verse amenazado en su totalidad con tan sólo modificar uno de sus componentes. Poner en suspenso ciertas piezas del sistema (y esto lo mismo vale para el sistema del Saber vulgar como para cualquier sistema del Saber culto o tecnificado) podría no tener prácticamente ninguna consecuencia en la totalidad, pero también podría obligar al sistema a cuestionarse casi al completo.
Pues bien, asumido que el dudar pueda llegar a suponer un coste excesivo en nuestras vidas, estamos de acuerdo en que a la duda hace falta ponerle límite para poder decidir algo (y esto precisamente porque no hay duda razonable imposible, es decir: que no habiendo fundamento último incuestionable, la duda no tiene ningún límite verdadero). El problema es que (y no hay mas que acudir al registro histórico para comprobarlo) resulta muy difícil separar cómo de razonable o plausible es una duda, del coste que pueda traer consigo hacerla efectiva. Valga pues esta formulilla de perogrullo para expresar la relación entre razonabilidad-de-la-duda/coste-del-la-duda: la fe en algo es proporcional al coste de ponerlo en duda (o, dicho del revés: la duda es inversamente proporcional al coste). Es decir, que cuanto mayores sean las consecuencias de dudar de algo, más fe se nos pide en ello. Luego, dicho más limpiamente:
la fe es proporcional al coste;
y si hay fe, no hay duda; si hay duda, no hay fe.
Volviendo a la Realidad que padecemos: leo estos días textos en medios de formación de masas muy influyentes (de derechas e izquierdas) razones de porqué es imposible (o al menos muy poco razonable) sospechar de que pueda haber fraude electoral en las últimas elecciones. Yo discrepo. Creo que no es verdad que sepamos cómo funciona el Sistema Electoral, ni que esté bajo un control razonablemente contrapesado, y creo también que hay indicios para dudar de que no haya habido fraude. No digo que haya habido fraude electoral porque no lo sé. Ahora bien, creo que en todo este asunto no hay, ni por asomo, tal grado de transparencia como para descartar la posibilidad del fraude con la firmeza que muestran los medios. La intransigencia que muestran medios y políticos me parece claramente sintomática: síntoma de que el coste de dudar de un sistema electoral se siente (con o sin conciencia de ello) demasiado amenazante para el sistema de creencias, así como para los distintos intereses, personales o de partido, que juegan con y se sirven de dicho sistema. Y en democracia, ya sabemos, la verdad es la mayoría.
Pero más allá de los indicios, hay aún mejores motivos para dudar. Porque no creo que el pueblo (eso que algunos llaman sociedad civil), es decir, los gobernados, ostentemos precisamente un exceso de poder para controlar o limitar a quien nos gobierna, y hay motivos sobrados para desconfiar (no sólo del PP, sino de cualquier gobierno. ¡Faltaría más!). No es un asunto en el que escatimar controles. Lo mínimo es que el sistema electoral al completo sea inspeccionable por cualquiera, y ¡que no requiera ningún acto de fe! Así es que, bien harían los promotores de la santa idea de la Democracia, pero también los demás, es decir, las mayorías sometidas a esa idea (incluida esa mayoría que habita en cada uno de nosotros), en alentar, contra cualquier Poder, al menos la duda metódica, si es que a tanto como a la de verdad no se atreven.
Pero más allá de los indicios, hay aún mejores motivos para dudar. Porque no creo que el pueblo (eso que algunos llaman sociedad civil), es decir, los gobernados, ostentemos precisamente un exceso de poder para controlar o limitar a quien nos gobierna, y hay motivos sobrados para desconfiar (no sólo del PP, sino de cualquier gobierno. ¡Faltaría más!). No es un asunto en el que escatimar controles. Lo mínimo es que el sistema electoral al completo sea inspeccionable por cualquiera, y ¡que no requiera ningún acto de fe! Así es que, bien harían los promotores de la santa idea de la Democracia, pero también los demás, es decir, las mayorías sometidas a esa idea (incluida esa mayoría que habita en cada uno de nosotros), en alentar, contra cualquier Poder, al menos la duda metódica, si es que a tanto como a la de verdad no se atreven.